lunes, 21 de noviembre de 2011

Le Grand Macabre arrolla en el Liceu

GRAN TEATRE DEL LICEU
19 / XI / 2011
Dir. musical. Michael Boder
Dir. escena. Àlex Ollé (La Fura dels Baus) y Valentina Carrasco
Orquestra Simfònica i Cor del Gran Teatre del Liceu
Varios solistas


Ning Liang durante el primer acto
Cuando uno se enfrenta a una ópera como Le Grand Macabre, debe tener en cuenta distintos aspectos previos. Primeramente, no va a encontrarse ante una eclosión belcantista de voces, escalas trepidantes y apasionados duetos. En segundo lugar, posiblemente el decorado y la puesta en escena violente y tenga momentos explícitos de sexo y degradación. Por eso mismo, debemos saber a lo que vamos.

Estamos ante una obra moderna, estrenada en 1978 y revisada en 1997, que explora nuevos ritmos, texturas y formas de hacer música. De hecho, György Ligeti, uno de los más grandes compositores del siglo XX, logró con esta partitura, su única ópera o, tal y como él lo definió, "anti-anti-ópera", renovar el género y darle una vertiente más actualizada, afín con el imperante Pop Art del momento.

Por su parte, el libretto, que retrata unos personajes que esperan el fin del mundo y que, cuando creen que han muerto, resulta que todo era una patraña y todos viven y cantan a la vida, responde a un estado de confusión que, contrariamente a lo que parece es, en definitiva, un canto a la vida y a la esperanza. Esa esperanza que el viejo continente perdió después de tantas guerras y dictaduras.

Pero no tenemos mejor ejemplo para entender el conjunto de lo que es Le Grand Macabre que observar la obra pictórica de El Bosco o Brueghel el Viejo. ¿Qué banda sonora le pondríais? ¿Mozart o Rossini, quizás Bach o Schubert? No. Probablemente los sonidos más desgarrados, mezclados con bocinas, vientos disonantes y contrastes rítmicos sea lo más ajustado. 

Moraleda y Puche cantan desde el interior del gran decorado
El Gran Teatre del Liceu estrenó el sábado esta ópera en España con una impresionante producción de La Fura dels Baus, que ha sabido interpretar a la perfección el significado de la obra de Ligeti. Un coloso de 7 metros de altura, 15 de ancho y 7 toneladas, Claudia, que se abre, cierra y gira sobre sí mismo 360º, llenó el escenario durante toda la función, sirviendo de elemento central y fundamental para el desarrollo de la obra. Aparte, una fabulosa tecnología visual, con proyecciones sobre la gran figura, y videomontajes, ha hecho de este uno de los éxitos más reveladores de la famosa compañía catalana. Aunque, como era de esperar, al final de la ópera recibió tanto aplausos como algún que otro abucheo procedente de las partes más altas del coliseo. 

En cuanto a los cantantes y la orquesta, la tónica general fue sobresaliente y todos salieron airosos de la extrema dificultad que encierra esta partitura. El maestro Boder estuvo radiante y milimétrico, demostrando, una vez más, un gran manejo de tan complicado repertorio.  Por su parte, destacaron, sin lugar a dudas, las intervenciones de la soprano Barbara Hannigan, la mezzo Ning Liang, el contratenor Brian Asawa y el veterano Chris Merritt. También hay que hacer mención a las dos voces catalanas del montaje, Inés Moraleda y Ana Puche, que interpretaron a los amantes Amando y Amanda. Todos ellos vibraron en una escenografía viva y dinámica, enfundados en un vestuario entre lo freak y lo kitsch, con guiños a Madonna, Michael Jackson y a los Mossos d'Esquadra. Una maravilla que, por fin, ha llegado a nuestro país en un envoltorio insuperable. 

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